viernes, 22 de marzo de 2013

Sueños Días (Espera parte IV)

*Continuación de Espera

Alberto salió de su sueño con un sobresalto.
Las primeras luces del día se colaban por las rendijas de la persiana mal bajada de la habitación. Volvió a cerrar los ojos, pero, a pesar de tener sueño, no tenía más ganas de dormir.
No tenía resaca, sólo el embotamiento diario y habitual que le regalaba su maldito reloj biológico, que de lógico tenía poco, cuando le despertaba todos los días a las siete de la mañana.

El disco duro de su mente comenzó a activarse y a tomar consciencia de que estaba en su habitación, que estaba en su cama, que el nórdico no le tapaba la espalda y que tenía el brazo derecho dormido.
Quiso rodar sobre sí mismo, pero recordó que no debería hacerlo. El aroma de A Scent le puso en situación, no estaba solo en la cama, ella había pasado la noche con él en su casa, en su habitación, en su cama.

Mientras contemplaba una negra melena que caía desordenada sobre la almohada y medio cubría su camiseta blanca de Benicassim, comenzó a recordar lo vivido sólo hacía cuatro horas.


Anoche fue la cena de empresa.
Habían ido a un restaurante malo donde, a pesar de sus intentos y los de Claudio por sacar temas divertidos y gastar bromas de anécdotas pasadas, habían terminado hablando de trabajo.
Después fueron a tomar unas copas a un local del barrio de Salamanca. No aguantó mucho en el pub, dos copas y un chupito y ella le propuso ir a su casa.
Tardaron más en ir a buscar el coche a pie, que en ir a casa de Alberto.

Se encontraba en paz consigo mismo.
Le gustaba contemplar su cabello desordenado y los meandros de su espalda que se adivinaban debajo de la camiseta. Podía escuchar cómo ella inspiraba rítmica y suavemente y esto le gustaba.
La contempló en silencio por un instante más y decidió que se levantaría y le prepararía el desayuno.
Se dio cuenta de otro detalle, no era el mejor momento para levantarse, aguantaría un par de minutos en la cama a ver si se solucionaba el problema solo.

Jugó a recordar las conversaciones de anoche.
Sonreía mientras repasaba lo que habían hablado. El baile de palabras que fue toda la velada entre ellos. Recordaba claramente cada una de las cosas que se habían dicho, cómo se encontraba a cada momento más a gusto con ella y el instante en el que ella le dijo que quería ir a que le leyese un libro a su casa. Cómo él se había atrevido a besarla primero, cómo ella había correspondido.



Inspiró hondo y decidió que pensar en todo aquello no iba a ayudarle a solucionar el problema.
Tiró con cuidado del hombro para sacar su brazo inerte de debajo de la cabeza de Elena, no quería despertarla.
Ella se movió y se reacomodó en la almohada, no parecía que se hubiese despertado.

Alberto fue directo a la ducha, giró el grifo monomando todo a la derecha y abrió el paso al torrente de agua.
Joder!- dio un respingo y aguantó todo lo que pudo el agua hasta que decidió que giraría el monomando a la posición central habitual. Entonces comenzó a enjabonarse.

Se puso una camiseta limpia sin planchar de algodón de Nologo y se dirigió al sofá, cogió el iPad y entró en la cocina.
Pulsó el icono de Safari, en Favoritos buscó PepitaCocinitas y decidió que haría crêpes para desayunar.

Elena no había pegado ojo en toda la madrugada.
La noche había sido un torbellino de emociones. Recordó las conversaciones con sus compañeras en la cena, que el tema de discusión rondase temas de trabajo, Mujeres Hombres y Viceversa y que todas prometiesen y jurasen que se iban a apuntar, por enésima vez, al gimnasio el lunes siguiente, la aburrieron sobremanera.
Recordó cómo miró a la mesa de enfrente y vio a Alberto y Claudio haciendo el payaso con Belén y Rebeca, seguro que diciéndoles sus típicas bromas pesadas y borderías en las que las comparaban con chonis y ellas les llamaban gays y pueblerinos y cómo deseaba estar en la mesa de enfrente y cómo cuando se repartieron en los coches, nadie se ofreció a llevarla y ella le dijo a él que le acompañaba a Serrano 41.

Cómo, aún no sabía por qué, el alcohol quizá, se había atrevido a decirle de una extraña manera que le gustaba. Cómo cuando salieron del pub, se encontraron con una chica que saludó a Alberto y ella creyó que sería alguna novia suya. El paseo tan especial hasta llegar al coche y cómo decidió que ya estaba bien de pensar y que pasaría la noche en su casa. Lo emocionada que se sintió al dormir en esas sábanas que olían a suavizante y a armani manía y abrazada por él y cómo se hizo la dormida cuando se dio cuenta de que Alberto ya estaba despierto y abandonó la cama sin decirle nada.

-Elena- susurró Alberto- Elena, son las ocho menos cuarto.
Elena giró sobre sí misma y miró a Alberto que estaba sentado en el borde de la cama mirándola con expresión de felicidad en la cara.
-Buenos días- dijo ella con la primera voz de la mañana.
-¿Qué tal has dormido?- le preguntó él.
Elena se desperezó, se incorporó en los codos, arqueó la espalda y se dejó caer otra vez en la almohada.
-Bien- dijo ella.

Durante un incómodo instante, ninguno de los dos dijo nada. Sólo se miraban, él con mirada ensoñadora y ella seria.
-He preparado algo para desayunar- decidió decir Alberto.
Se levantó de la cama y se acercó al escritorio donde tenía el ordenador. Elena se dio cuenta de que allí había una bandeja cuadrada.
Alberto acercó la bandeja y la posó en el colchón.
-Como no sabía qué te gusta desayunar, he preparado un poco de todo- empezó Alberto-. He preparado té, zumo de naranja, unas tostadas de baguette, pavo y queso, manzana y kiwi. No tomo leche, así que he puesto yogurt y muesli por si quieres echarle- Alberto parecía un camarero de hotel diciendo la carta del desayuno continental- y he hecho crêpes con Nutella.

Elena se frotó los ojos, se incorporó en la cama y no dijo nada.
A Alberto se le cayó el alma a los pies.
-Si quieres cualquier otra cosa, puedo bajar al bar de enfrente y lo subo- dijo esta vez más serio.
-No- dijo ella- así está bien.
Alberto ya no sabía qué decir ni qué estaba pasando.
Elena miró la bandeja, se quedó sentada en la cama y volvió a restregarse los ojos.
-¿Puedo usar el baño?- preguntó ella.
-Claro- Alberto se puso de pie- es la puerta de enfrente.

Elena salió de la cama y se dirigió al aseo.
Alberto la vio salir de la habitación con la camiseta de Benicassim que le había dejado anoche para dormir y las braguitas. Iba descalza, pero pensó que no tendría frío con la tarima que tenía puesta en toda la casa.
Se quedó mirando la bandeja con el desayuno esperando a que ella saliese del baño. Escuchó la puerta del aseo y esperó a que ella volviese a la habitación.
-Alberto- dijo ella- necesito una ducha o no soy persona.
Él se dirigió al armario, cogió una toalla limpia de ducha y una de tocador y se las dio.Volvió a darse la vuelta y abrió de nuevo el armario. Sacó un albornoz azul.
-Está limpio, lo usaba cuando hacía natación.
-Con las toallas está bien- dijo ella-. Gracias.

Elena entró de nuevo en el cuarto de baño, Alberto decidió subir la persiana de la habitación.
Recogió sus pantalones y la camisa que estaban tirados en el suelo y los metió en el cesto de la ropa sucia.
Se puso unos pantalones largos grises de deporte de algodón encima de los boxer límpios que se había puesto después de ducharse y reparó en recoger la ropa de Elena.
Cogió los pantalones de vestir y los dobló en el respaldo de la silla del escritorio, encima puso la blusa de pedrería dorada que llevaba Elena anoche y su sujetador sin tirantes.

Cuando escuchó que ella había cerrado el grifo de la ducha, decidió volver a calentar el té en el microondas.
Alberto volvió a la habitación, Elena estaba allí mirando la calle Alcalá a través de la ventana.
Al oirle entrar, se dio la vuelta y no dijo nada.
-¿Quieres desayunar aquí o en la cocina?- rompió Alberto el silencio.
-Aquí está bien, sólo voy a tomar té y yogurt- ella hizo una pausa- entre semana no suelo desayunar mucho.

Elena se acercó a la cama y se sentó en el borde.
Dio un sorbo al té y se quedó mirando la taza sumida en sus pensamientos.
Alberto bebió del zumo de naranja, respiró hondo y decidió que daría cuenta de su ración de crêpes.
Un silencio estruendoso inundaba la estancia.

-¿Cómo vamos de tiempo?- preguntó ella.
-Bien. El metro sólo tarda diez minutos en llegar a la parada del trabajo- Alberto estaba terminando su crêpe-. Con que salgamos a las nueve menos cuarto nos sobra.
-No "vamos" a salir a menos cuarto.
Alberto le miró con cara de poker.
-Yo voy a salir antes.

-¿Qué hostias pasa Elena?
Elena le miró y se concentró de nuevo en el té. Tragó el sorbo que había dado.
-Tengo que llegar temprano al trabajo.
-¿Y no podemos ir juntos?
-Alberto, no vamos a ir juntos.
-Bueno, podemos ir juntos en el metro y si quieres me espero un poco para no entrar juntos.

-No me lo pongas difícil.
Alberto soltó la cucharilla con la que estaba comiendo el crêpe y se le quedó mirando.
-Entiendo que no quieras que se sepa que anoche estuvimos juntos...
Elena cerró los ojos y comenzó a hablar.
-Voy a llegar al curro con la misma puta ropa que llevaba en la cena. Quiero llegar antes para poder ponerme lo que llevaba puesto ayer que dejé en la taquilla del vestuario.
-Elena...
-Mira, no es fácil para mí. Se supone que le he puesto los cuernos al gilipollas de mi novio.
Alberto guardó silencio dejándole terminar.
Ella ya no dijo nada más.

-Te comprendo- dijo él-. Yo sólo puedo decirte que ayer me hiciste sentir especial y que me gustas.
-No me digas eso.
-Es verdad y no me importa decírtelo aunque tú ahora te arrepientas de haberte liado conmigo.
Elena no le miraba, estaba concentrada observando la bandeja del desayuno.
-Pero no me importa, porque no puedo remediar que, una vez que creo que te he conocido, me gustes y quiera conocerte más.
Elena le miró con ojos vidriosos.

-Alberto- dijo ella a media voz- para ti todo es como en un libro, pero esto es la vida real, las personas somos inseguras, no podemos decir siempre lo que pensamos ni lo que sentimos, porque somos cobardes y tenemos miedo a la realidad y a descubrir que nos podemos equivocar o peor aún, miedo a descubrir que podemos acertar.
-Mira a ver si esto te parece de libro- Alberto saltó por encima de la bandeja derramando el desayuno sobre la cama y la tarima del suelo, cogió a Elena por el cuello y empezó a besarle los labios.
-Dime si esto es de libro- susurró él mientras seguía besándole-. Dime que esto no es la realidad y que esto no es lo que sientes.

Elena se había cogido con las dos manos a la cabeza de Alberto y no quería parar de besarle, no quería dejar de escuchar sus palabras.
Tiró de él y se tumbó en la cama con Alberto a su lado, mirando sus ojos, estudiando sus facciones, memorizando sus rasgos, dibujándole en su memoria.

-Ojalá esto fuese un sueño en el que hoy no tuviésemos que ir a trabajar.



"Qué bien que en mis pupilas siga entrando luz del sol 
Qué bien que en mi cerebro se produzcan intercambios de información 
Qué bien que te pusiste en medio. 

Qué bien que con mis dedos note frío y tu calor 
Qué bien que por mis nervios corran impulsos que me cuentan que estás en mi habitación 
Que no te has ido y que te tengo cerca. 

No sería lo mismo imaginarte 
que poder estudiarte con detalle. 
Usaré cada segundo que pase 
para poner a prueba nuestras capacidades corporales. 

Sólo quedará sin probar un sentido; 
el del ridículo por sentirnos libres y vivos. 

Y qué genial, 
qué astuto, 
qué indecente, 
qué maravillosamente oportuno. 
El soplo de viento 
que aún hizo atrevido 
tu olor con el mío. 

Y qué manera de perder las formas 
y qué forma de perder las maneras. 
Ya nada importa, 
el mundo ya se acaba no quedará nada. 
Disfrutemos de la última cena..."

*BSO Qué Bien- Izal

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