martes, 26 de marzo de 2013

Toledo (Espera parte VI)

*Continuación de Espera y Sueños Días


Elena terminó a las ocho de la tarde de trabajar. Metió en una bolsa de Tintoretto los zapatos de tacón, la blusa dorado cava y los pantalones de vestir que llevaba anoche, y acudió a la cita que le había propuesto Alberto en el post it.

La calle Juan Bravo estaba lo suficiente cerca para ir caminando y lo suficiente lejos para que fuese improbable encontrarse a ningún compañero del trabajo. No sabía por qué motivo, iba acelerando el paso, se sentía nerviosa, como si estuviese haciendo algo prohibido.
Torció la esquina de la calle Príncipe de Vergara y vio que Alberto estaba consultando el móvil en la puerta del bar, esperándole.
-¡Hola!- el saludo fue más bien un susurro detrás de una sonrisa nerviosa.
Elena apoyó su mano izquierda en el hombro de Alberto y se acercó a él. Alberto posó su mano en la parte baja de la espalda de Elena y la atrajo ligeramente hacia si. Se dieron dos marcados besos en las mejillas.
-¿Qué tal estás?- le sonrió Alberto- Vamos dentro que con este viento nos congelamos.

Echaron un vistazo al local y tomaron asiento en una mesa del fondo. Uno al lado del otro.
-¿Qué tal has pasado el día?- preguntó él.
Elena sonrió y le miró con cara de complicidad.
-Cansadísima- dijo mientras le regalaba una mirada pícara- ¿Y tú?
-Deseando que terminase para encontrarme contigo.
Elena se miró las manos mientras sonreía y volvió a mirarle a los ojos.
-¿Qué os pongo?- la voz del camarero interrumpió el momento.
-Yo un vino blanco- dijo Elena.
-Otro- dijo Alberto- ¿Qué tienes?
-Verdejo.
-Dos verdejos entonces- sentenció Alberto.

No habían podido, ni querido, encontrarse en todo el día.
La genial idea del Boss de organizar una cena de empresa un jueves y tener que trabajar al día siguiente en horario normal, había dado como resultado uno de los días menos productivos que se podían dar. Todos los compañeros, hacían su particular remember y high lights de la fiesta de anoche, prestando más interés por las conversaciones privadas que la atención a los clientes y sus quehaceres profesionales. Parece que nadie había reparado en que Alberto y Elena habían desaparecido juntos de la fiesta.

Alberto y Elena hablaron de esto, de cómo a la gente les gusta recordar los buenos momentos pasados sólo hacía unas horas y las ganas que tenían todos de repetir ese tipo de salidas, las buenas intenciones de hacerlo al margen del Boss. Propuestas que después nunca se materializaban ni se materializarían.
No hablaron de su noche, la tenían aún demasiado reciente y era confuso hablar de ello. Los dos sabían lo que había pasado y cada uno tenía su recuerdo vivo e íntimo de lo ocurrido.
Aprovechando la llegada del camarero con las copas, guardaron unos instantes de silencio incluso momentos después de que el camarero se hubiese marchado con su bandeja.

-Elena ¿Qué vas a hacer el fin de semana?
-Mañana por la mañana, trabajar, me toca cierre de balance- dijo ella apesadumbrada.
-Digo después- insistió Alberto.
Elena guardó silencio. ¿Qué contestar? ¿Qué decir? Aguardó a escuchar su propuesta.
 Alberto dio un largo trago de su copa de vino.
-¿Quieres que pasemos el fin de semana en Toledo?
Elena quedó sorprendida ante lo que estaba escuchando y no respondió enseguida.


-Continúa.
-Tengo unas noches de Hotel pagadas por los puntos de la tarjeta de la gasolina. Hay un Parador en Toledo, el Parador Doménico, que entra en la promoción. Claudio me comentó que ha ido alguna vez y que está muy bien.
Elena le devolvía una mirada interrogante.
-Te puedo recoger con el coche a las dos, después de trabajar. De aquí a Toledo, un Sábado, llegamos en tres cuartos de hora y pasamos el fin de semana visitando Toledo- dijo Alberto al que le faltó aire para soltar las últimas palabras de la exposición- si te apetece claro.
Elena se acercó a Alberto sonriéndole con la mirada y le dio un suave beso en los labios.
-Pues claro que me apetece.

***
Alberto había ido alguna vez a visitar Toledo.
Era una de sus escapadas de Domingo por la mañana que más le gustaba desde que vivía en Madrid. Estaba lo suficientemente cerca de la capital como para no tener que madrugar y poder remolonear en la ciudad después de comer sin temor a que se hiciese tarde y pillar el tráfico típico de retorno de fin de semana de Domingo por la tarde-noche.
A pesar de que conocía un poco Toledo, le costó encontrar Los Cigarrales. El paraje donde se ubicaba el Hotel, estaba un poco apartado del casco antiguo.
Cuando llegaron al Parador, las vistas de la ciudad eran espectaculares.

Se registraron en la recepción del Hotel y subieron a la habitación. Dejaron el equipaje sin deshacer y volvieron al ascensor para bajar a coger el coche e ir a la ciudad a comer.
-¿Qué te parece si nos quedamos a comer en el restaurante del Parador?- propuso Alberto- con lo tarde que es, si tenemos que bajar a Toledo, dejar el coche abajo, subir caminando y encontrar un sitio para comer, se nos van a hacer las cuatro y lo mismo no nos sirven.
-Has tenido una buena idea, porque estoy hambrienta- dijo Elena.

No había muchas mesas ocupadas en el comedor del restaurante. Un camarero les trajo la carta y les informó de las sugerencias del chef.
Como especialidades de la temporada, abundaban los platos con carne de caza.

-Yo creo que voy a tomar el "venado a la reducción de naranja y cacao"- dijo Alberto.
-No sé si pedir la codorniz- Elena volvió a abrir la carta- no sé si pedir la liebre…
-A mí la liebre no me gusta- dijo Alberto.
-¿No es como el conejo?
-El bicho sí que se parece, pero la carne no tiene nada que ver. La de liebre es más fuerte.
-Entonces no.
-Por lo menos "liebre a la cazadora", que la hacía mi abuela Sofía que era extremeña.
-¿Era?- dijo Elena- Será que es extremeña.
Al momento cayó en su error y puso una mueca de disgusto.
-¡Ostras! Lo siento.
-No pasa nada- le sonrió Alberto- De todas formas, a pesar de lo que dicen de la cocina de las abuelas, a mi no me gustaban los platos de mi abuela Sofía, sólo me encantaba la tortilla de espinacas que me hacía para merendar y los bocadillos de calamares. El resto de platos extremeños, no me gustaban tanto como los de mi otra abuela, Carmen, que hacía los mejores arroces de conejo, criados por ella, del mundo.
-Eso será con permiso de mi abuela- le sonrió agradecida Elena por quitarle hierro al asunto- que es la mejor cocinera del mundo.
-Te equivocas- dijo Alberto- la mejor cocinera del mundo es la abuela y la madre de cada uno y eso no admite discusión. Aunque, para mí, la mejor cocinera del mundo, es mi Tata Paqui.
-¿Tienes una hermana?
-No- sonrió Alberto- es una hermana de mi madre. Como mi madre trabajaba, me crió hasta los cuatro años. Yo no tengo hermanos.
Al final Elena se decidió  por la codorniz.
Cargaron la cuenta a la habitación 214.

Cuando dieron buena cuenta de la comida, Elena propuso volver a la habitación y descansar un poco. Entre el Jueves por la noche que no había dormido, el Viernes que había trabajado todo el día y el Sábado que había trabajado de diez a dos, estaba muy apagada.

Elena abrió su Samsonite, sacó unos pantalones de deporte, una camiseta de Sergio Tacchini y una sudadera con capucha, entró en el cuarto de baño y se cambió de ropa.
Alberto se preguntó qué habría metido en esa maleta tan grande para un día y medio que iban a pasar en Toledo. Comparado con su equipaje, una bolsa de deporte de Puma medio vacía, parecía que Elena se hubiese ido una semana de viaje.
Alberto se quitó la camisa blanca de Massimo Dutti que llevaba puesta y se puso una camiseta Duff, pero no se cambió los pantalones vaqueros.
Al ver salir a Elena del cuarto de baño, en ropa sport, Alberto se quedó con la boca abierta.
-Estás incluso más guapa que cuando vas tan arreglada a diario.
-Gracias- dijo ella al tiempo que se ruborizaba.

Alberto dio un salto y se tumbó de lado encima de la colcha del hotel.
-Ven que te he dejado un sitio.
Elena dio una carcajada y se acostó a su lado.
Se besaron suavemente durante unos momentos mientras sus manos jugaban a reconocer sus caras, sus cuellos y sus cabellos.
-Alberto- susurró Elena mientras se besaban- estoy muy cansada. ¿Te importa que duerma un rato?
-Importarme si que me importa- susurró él. Al momento le guiñó un ojo-. ¿Qué me va a importar? Tienes que estar reventada. Duerme que yo vigilo que nadie te despierte.
Elena le sonrió.
-¿Te importa que ponga la tele?- le preguntó él.
-¡Mejor!- dijo ella- así me ayuda a coger el sueño.
Alberto encendió la televisión.
-Mira, hacen Mi Segunda Vez de Catherine Zeta-Jones.
-La he visto- dijo Elena- pero déjala si quieres. Me gusta.
Elena se abrazó a Alberto y apoyó la cabeza en su pecho. No tardó mucho en quedarse dormida. Él tampoco.

Elena estaba desorientada. Estaba durmiendo en la cama y estaba tapada por una manta azul marino. La tenue luz amarilla de dos mesitas de noche, dejaban la estancia en semipenumbras.

Alberto estaba sentado en un sillón escribiendo algo en el móvil. Elena se le quedó mirando y le sonrió.
-¿Qué hora es?- dijo con voz quebrada.
Alberto levantó la mirada que tenía fija en la pantalla del iPhone y le devolvió la sonrisa.
-Son casi las siete.
-Bufff- resopló Elena- ¿Por qué no me has llamado antes?
-¿Qué no eh?- dijo Alberto al tiempo que se levantaba del sillón y se acercaba a ella- Te he intentado despertar a las seis, me has dicho algo incoherente y te has girado.
-Lo siento- dijo Elena mientras se frotaba las sienes- Hemos perdido toda la tarde.
-Por eso no te preocupes- sonrió Alberto. Se acercó al ventanal de la habitación y descorrió la pesada cortina, ya estaba muy oscuro- está diluviando.
-¿Está lloviendo?        
-Llover es poco- le sonrió él- ¡Qué le vamos a hacer!
-Necesito una ducha.
-Sí, ya sé- dijo Alberto riendo- Si no, no eres persona.
Elena le sonrió como pudo detrás de la neblina que aún era su mirada. Buscó el neceser en el armario y entró en el cuarto de baño.
Alberto cambió de canal, en MarcaTv comenzaba un partido de fútbol de Segunda División. Mientras ojeaba el partido, wasapeaba con los grupos de amigos para hacer tiempo.
                                                        
Cuando los jugadores enfilaban el túnel de vestuarios, Elena salió del cuarto de baño con el albornoz del hotel y una toalla enrollada a la cabeza.
-¿Puedo pasar ya?- dijo Alberto riendo.
-¿Cómo?- preguntó ella extrañada.
-Nada- dijo él sin darle importancia- que voy a darme una ducha.
Elena se le acercó y le abrazó.
-Si querías entrar ¿Por qué no has entrado cuando estaba yo en la ducha y me hubieses enjabonado la espalda?
-Sólo la espalda- dijo él al tiempo que le abrazaba.
-Bueno- dijo ella arrastrando las palabras detrás de una sonrisa- la espalda para empezar.
Los dos se besaron. Alberto tumbó a Elena en la cama y ella se dejó besar el cuello.
-¡Vaya!- el teléfono de Elena comenzó a sonar- Es el tono que he puesto cuando llama mi madre. Lo tengo que coger.
Mientras Elena hablaba con su madre, Alberto respiró hondo y entró en la ducha.

Volvió a salir ya afeitado y duchado cuando comenzaba la segunda parte del partido. Elena seguía hablando con su madre.
Esperó unos minutos a que Elena terminase de hablar antes de vestirse, pero ella sólo le hacía gestos con la mano de que callara y de “luego”.
Decidió que se vestiría y esperaría a que ella decidiese qué iba a hacer.
Elena vio cómo Alberto se ponía su ropa y observaba su imagen en el espejo de la habitación. Ella cogió la ropa de la maleta y sin dejar de hablar, entró en el cuarto de baño y comenzó a vestirse.

-¿Sigue lloviendo?
Fue lo primero que dijo al salir del cuarto de baño.
-Sigue diluviando- bromeó Alberto.
-Te has puesto muy guapo- le sonrió ella.
Alberto se miró la camisa y los pantalones de vestir que se había puesto y le regaló una sonrisa.
-Gracias- dijo un poco extrañado- es para ir acorde contigo.
-¿Te apetece que nos tomemos una copa en el bar del Hotel antes de ir a Toledo a cenar?
-Me parece buena idea, porque pasear por las calles no va a ser muy agradable y aún es temprano para cenar.

Bajaron a recepción, preguntaron por un restaurante para cenar en Toledo y ordenaron una reserva para dos a las diez de la noche.
En el bar del hotel, pidieron un par de Seagrams con Fentimans y piel de naranja.
Los efluvios del alcohol, hicieron que la conversación fuese animada. Pasaron de hablar de libros, que tanto les gustaba a los dos, a anécdotas de películas que encontraban bobas y fallos de guión.

Alberto se asomó a la ventana del bar y vio que no paraba de llover.
-¿Sigue?- preguntó ella.
-Sí. No caí en consultar el tiempo. Lo siento.
Elena se acercó a él y le cogió de la mano.
-Se me ocurre un plan- se puso delante de él y puso cara de niña traviesa- ¿Qué te parece…- hizo que él le pasase las manos por la cintura- si nos quedamos a cenar en el Hotel…-ella le pasó los brazos por detrás de su nuca- y después subimos a la habitación a recuperar el tiempo que he pasado durmiendo? Con la siesta que me he pegado, me va  costar dormir esta noche.
-¿Dónde hay que firmar?- dijo él sonriendo.

Por segunda vez en el día, entraron en el comedor del restaurante. La carta de cenas era diferente a la del servicio de comidas. Abundaban los pescados y mariscos.
-¿Pedimos ostras?- sugirió ella.
Claro!- sonrió él- además que dicen que son afrodisíacas.
Ordenaron la cena, esta vez pescado para los dos.
-¿Nos trae la carta de vinos por favor?- pidió Alberto. Cuando se la trajeron, se la enseñó a Elena- ¿Te apetece alguno en particular?
-Alguno que esté bueno- rió ella-. No sé pide tú.
-Mira, Finca La Colina- señaló Alberto- además es el souvignon blanc que es el que más me gusta.
-¿Lo conoces?- preguntó ella.
-Sí, es más, he estado en la bodega donde lo hacen y lo he probado en fase de elaboración.
-¡Vaya! ¿Te gusta mucho el vino?
-Gustar me gusta, pero no entiendo mucho- explicó Alberto-. Este en particular, es que lo hace una íntima amiga mía de Valladolid que es enólogo en la región de Rueda, La Seca y Toro. Ella es químico, pero se sacó lo de enólogo. Tiene una empresa con laboratorio y presta sus servicios a bodegas pequeñas que no pueden permitirse mantener un laboratorio y un enólogo todo el año. Trabaja elaborando diferentes vinos que son muy reconocidos por la sutileza y complejidad de aroma y sabor. Finca la Colina es un vino premiado y se lo dieron cuando ella no tenía ni treinta años.
-¿Cómo de amiga es?
-Como de pillarnos pedales desde que teníamos quince años y de dormir yo en su casa y ella en la mía. Sólo que ella aprovechó las borracheras para ganarse la vida.
Las viandas de la cena eran muy apetitosas y la conversación y el vino acompañaba.
De postre se les antojo Moët con fresas.
Cargaron la cuenta a la habitación 214.

Cuando subían en el ascensor a la habitación, iban besándose y prometiéndose lo que vendría después.
Al llegar a la habitación, Elena dijo que iba un momento al cuarto de baño. Alberto pudo escuchar el inequívoco sonido de alguien regurgitando la comida.
-¿Elena?- preguntó él tocando la puerta del aseo- ¿Elena, estás bien?
Elena salió del cuarto de baño en unos momentos con la cara color ceniza.
-Creo que me ha sentado mal la cena- Elena salió corriendo otra vez en dirección al inodoro.
Alberto entró y le sujetó la cabeza mientras echaba hasta el higadillo.
Una vez terminó, Alberto humedeció una toalla y le refrescó la cara.
-¿Quieres que vayamos a Urgencias?
-No. Creo que ya estoy mejor.
-Habrán sido las ostras- dijo él.
-¡Qué mal!- dijo ella a punto de llorar- Vaya fin de semana te estoy dando.
Eh!- susurró él al tiempo que le abrazaba- ¡Eh! Mírame, no me estás dando ningún fin de semana. Lo estoy pasando bien. Al menos original sí que está siendo.
Elena sonrió entre lágrimas.
-¿Quieres que nos acostemos y charlamos de  nuestras cosas? Me gusta escucharte hablar- propuso él. 
-Pues de oírme hablar te cansarás.

Elena sacó su pijama de la maleta y se lo puso. Alberto no usaba pijama, con una camiseta blanca de algodón y unos bóxer de cuadros de hilo le sobraba.
-¡Madre mía! Ahora sí que no me engañas- dijo exagerando Alberto.
-¿Qué pasa?- pregunto ella extrañada.
-Ya te he descubierto, tú no tenías ninguna intención de que hiciésemos el amor hoy.
Elena le miraba arrugando la frente.
-Ese pijama de felpa que llevas puesto- dijo él entre carcajadas- es lo menos sexy que he visto en mi vida.
-Serás capullo- dijo ella riendo- Es que es muy calentito y yo soy muy friolera.
-¡Es un repelente de chicos! ¡Por Dios!
-¡Ay! No me vaciles que después de vomitar me duele la cabeza- dijo ella riendo.
Alberto se sirvió una copa del minibar de la habitación. Estuvieron riendo y charlando hasta que Elena se quedó dormida abrazada a Alberto.


Al día siguiente, Alberto despertó a Elena a las diez de la mañana.
-Buenos días dormilona.
-Hola- Elena hundió la cabeza en la almohada.
-¿Qué tal te encuentras hoy?
-Creo que mejor- dijo ella desperezándose- Mejor. He pasado buena noche- dijo sonriéndole-. Te daría un beso de buenos días, pero noto la garganta amarga.
-A mí no me importa- dijo él peinándole con los dedos de la mano.
-A mí sí- dijo ella-. Un momento que me dé mi ducha para sentirme persona y te prometo que ahora nada te va salvar de que te eche un buen polvo.
Alberto empezó a reír a carcajadas.

Elena entró en el cuarto de baño. Alberto se dedicó a recoger sus cosas en su bolsa de deporte y a doblar la ropa que había usado Elena para que le fuese más fácil guardarla en su maleta. Pensó que si no iban a bajar ya, perderían el servicio de desayunos del hotel. Bueno ya desayunarían en otro sitio.
-¡Alberto!- Alberto escuchó que Elena le llamaba desde la ducha-¡Alberto!
-Dime.
-No sale agua caliente.
-¿Cómo?
-Que no sale agua caliente.
-Espera que pruebe en el grifo del lavabo- Alberto abrió la manecilla izquierda que daba paso al agua caliente, puso la mano debajo del caudal de agua que salía del grifo y notó que el agua salía helada. Después de esperar un par de minutos, se convenció de que el agua no saldría caliente.
-Voy a llamar al Servicio de Habitaciones a ver qué pasa.
Después de intentarlo un par de veces, sólo conseguía que un rítmico pitido le indicase que el teléfono comunicaba.
Joder!- maldijo- Debe de estar llamando todo el mundo. Anda sal de la ducha, que voy a bajar a recepción a ver qué pasa.

Se puso los vaqueros, los Asics sin calcetines y ni si quiera se cambió la camiseta con la que había dormido y salió dando un portazo.
Volvió unos cinco minutos más tarde. Elena estaba en albornoz recogiendo su ropa en la maleta.
-Nada, que no hay agua caliente- dijo Alberto apesadumbrado- que se ha roto la caldera y el técnico ha ido al almacén de Madrid y tardarán dos o tres horas en arreglarla.
-Bueno, no pasa nada- dijo ella- he descubierto que también soy persona sin necesidad de una ducha.
-Lo único bueno es que en compensación, no nos cobran nada de lo que hemos consumido, así que nos ha salido el viaje gratis.
-Mira, algo es algo.
-Bueno ¿Qué hacemos? ¿Nos arreglamos y vamos a ver Toledo y comemos por ahí?
Elena se acercó a Alberto y le abrazó.
-No te enfades hombre, que no pasa nada. Me ha gustado pasar el fin de semana contigo- dijo ella- ¿Qué te parece si vamos a tu casa, nos duchamos y vamos a dar una vuelta por Madrid?

Recogieron sus cosas y se subieron al coche. 
Se incorporaron a la A-42 en dirección Madrid. Iban riendo recordando el desastre de fin de semana que habían pasado en Toledo y pensando lo a gusto que habían estado los dos juntos. 
En el equipo de música del coche de Alberto sonaba un EP de Dorian.
 -Lo que siento es que no hayamos hecho el amor- dijo Elena.
-No pasa nada Elena- dijo él- yo lo que quiero es verte amanecer.
Elena se le quedó mirando sonriendo.
-Sal en esa salida.
-¿Cómo?- dijo él extrañado.
-Que salgas en esa salida- insistió ella.
Alberto obedeció sin entender nada. Se incorporaron a una carretera secundaria.
-Dirígete a ese grupo de encinas- dirigió ella.
Alberto comenzó a comprender.

-No nos vamos a ir de Toledo sin hacer lo que los dos queremos hacer.


"Yo que lo hago todo al revés,
tengo un agujero en el bolsillo
y sal de mar en la piel.
Para qué creer en Dios,
Si él no cree en nosotros,
Yo que encontré mi lugar,
En el color de tus ojos,
en el fondo todo lo que quiero,
es verte amanecer."

*BSO Verte Amanecer- Dorian
*Continuación de Espera y Sueños Días

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